VUELVE A PITAR EL FERROCARRIL EN IBARRA


VÍCTOR MANUEL GUZMÁN VILLENA

Con la decisión y vehemencia del presidente Rafael Correa ha sido posible rehabilitar una  parte de la línea férrea que va desde  Ibarra  a la población de Salinas.  El Ferrocarril del Norte  Quito – Ibarra – San Lorenzo fue la obra más importante de la primera mitad del siglo XX y constituyó el motor de desarrollo de esta zona del país, ya que se integró al  gran proyecto del general Eloy Alfaro que unió la sierra con la costa, a través de la línea Quito – Guayaquil, y constituyó el símbolo de unidad nacional que ayudó al progreso del país

El precursor y defensor de la obra de la construcción del ferrocarril desde Quito a  San Lorenzo fue el ilustre ciudadano ibarreño, don Víctor Manuel Guzmán Mera. Su tarea fue grande en busca del desarrollo no solo de su provincia sino del país. Fue una demostración del valor, a pesar que desde la misma Ibarra, grupillos y personajes minúsculos armados de envidia, vanidad y la mediocridad atacaban a la obra;  y a nivel de discusión nacional  la oligarquía guayaquileña siempre se opuso a la construcción de esta gran obra, ya que veía mermar sus intereses económicos cuando el ferrocarril llegara a San Lorenzo, ya que más temprano que tarde se proyectaría la construcción de puerto, que por su cercanía al Canal de Panamá podía desfavorecer las actividades que goza Guayaquil.

El comienzo de los trabajos ferroviarios en Quito le entusiasmó y como se fijó el 10 de agosto de 1917 para iniciar la apertura de los terraplenes desde Ibarra hacia la Capital, en esa misma fecha y para reforzar en el empeño de su obra aportó con su contingente periodístico, y así fue que fundó y apareció “El Ferrocarril del Norte”, periódico que se publico por más de 45 años, siempre imbuido del fervor cívico en su lucha por lograr los grandes ideales que necesitaba el país.

Al mandatario Rafael Correa al igual que el defensor de los intereses del norte de Ecuador don Víctor Manuel Guzmán Mera  la naturaleza les dotó de un talento especial para desempeñar un papel  importante en el surgimiento de la patria. A los dos les ha tocado enfrenta  el egoísmo, la mediocridad, la mezquindad, el regionalismo del interés particular ambicioso  que va siempre en desmedro del interés público. Los dos han luchado por lograr el cambio que el país necesita. Los dos políticos, cada cual en su época,  han demostrado su ímpetu de lucha, de coraje y decisión para imponer los altos valores y  la necesidad del progreso, por lo cual la historia lo han determinado como ejemplo  para la sociedad.

Con esta rehabilitación hoy  el gobierno entrega una obra que servirá de atractivo turístico para la provincia de Imbabura. Esta ruta atraviesa lugares muy lindos de la campiña subtropical, con un trazado que recorre las márgenes del rio Ambi lleno de túneles construidos solamente con pico y pala hasta llegar al primer pasó del cañón del Mira.  Esta obra  que fue un motor de desarrollo social y económico hoy espera la iniciativa ciudadana para fomentar  y sacar réditos de un turismo especial lleno de nostalgia y de belleza. Este tren turístico pretende ser un promotor cultural e impulsador de una actividad económica no contaminante como es el turismo.

VICTOR MANUEL GUZMAN EL PROPULSOR DEL FERROCARRIL

PROLOGO A LA VIDA DE MI ABUELO

Me viene a la mente interpretar la vida de mi abuelo desde el término filosófico del valor. La génesis del valor humano se desprende del vocablo latín aestimable que le da significación etimológica al término primeramente sin significación filosófica. Pero con el proceso de generalización del pensamiento humano, que tiene lugar en los principales países de Europa, adquiere su interpretación filosófica. Aunque es solo en el siglo XX cuando comienza a utilizarse el término axiología (del griego axia, valor y logos, estudio).

En los tiempos antiguos los problemas axiológicos interesaron a los filósofos, por ejemplo: desde Sócrates eran objetos de análisis conceptos tales como "la belleza", "el bien", "el mal". Los estoicos se preocuparon por explicarse la existencia y contenido de los valores, a partir de las preferencias en la esfera ética y en estrecha relación, por tanto, con las selecciones morales, hablaban de valores como dignidad, virtud.

Los valores fueron del interés además de representantes de la filosofía como Platón para el cual valor "es lo que da la verdad a los objetos cognoscibles, la luz y belleza a las cosas, etc., en una palabra es la fuente de todo ser en el hombre y fuera de él" A su vez Aristóteles abordó en su obra el tema de la moral y las concepciones del valor que tienen los bienes.

En el Modernismo resurge la concepción subjetiva de los valores, retomando algunas tesis aristotélicas. Hobbes en esta etapa expresó: "lo que de algún modo es objeto de apetito o deseo humano es lo que se llama bueno. Y el objeto de su odio y aversión, malo; y de su desprecio, lo vil y lo indigno. Pero estas palabras de bueno, malo y despreciable siempre se usan en relación con la persona que los utiliza. No son siempre una regla de bien, si no tomada de la naturaleza de los objetos mismos"

Hasta este momento hemos caminado por la historia de los valores. Ahora voy a iniciar un pequeño viaje en el uso de lo
s valores en la trayectoria de la vida de uno de los más grandes hijos de la provincia de Imbabura, Don Víctor Manuel Guzmán Mera, quien expresó este significado con trabajo; honradez; dedicación; pulcritud; imaginación en proyectar, desarrollar y lograr el cumplimiento de grandes obras que con el transcurrir del tiempo cambiaron el modo de vida de miles de compatriotas. Y sobretodo hacer todo con amor a sus ciudadanos, dando, sin esperar nada a cambio.

Su tarea fue grande en busca del desarrollo no solo de su provincia sino del país. Su ideal más grande fue la construcción del Ferrocarril Quito- Ibarra-San Lorenz
o. Fue una demostración del valor, a pesar que desde la misma Ibarra, grupillos y personajes minúsculos armados de envidia, vanidad y la mediocridad atacaban a la obra; y a nivel de discusión nacional la oligarquía guayaquileña siempre se opuso a la construcción de esta gran obra, ya que veía mermar sus intereses económicos cuando el ferrocarril llegue al San Lorenzo ya que más temprano que tarde se proyectaría la construcción de puerto, que por su cercanía al Canal de Panamá podía desfavorecer las actividades que goza Guayaquil.

Aquí podemos apreciar las dotes de valor que tuvo este gran hombre, Don Víctor Manuel Guzmán Mera,
demostrando a través de sus diferentes etapas históricas que le tocó vivir, siempre respondiendo a los más altos intereses de la Patria en su conjunto. Para reforzar su obra constructora del ferrocarril fundó con su poco peculio un periódico que lo mantuvo por más de 45 años que lo llamó “El Ferrocarril del Norte”. Tribunal del libre pensamiento, de constante lucha por la gran obra. Pero igualmente desde la Presidencia del Concejo Municipal de 1947 iniciaron la tarea de acallar a la voz del progreso que en ese entonces constituía el periódico. El Municipio de Ibarra dueño de las máquinas tipográficas, argumentando pérdidas económicas logro su afán siniestro e impidió de esta manera la producción y por ende su circulación.

Estas fueron varias de sus facetas donde demostró su ímpetu de lucha, donde se impuso los altos valores que tuvo este personaje. Y fue la necesidad del progreso que le dotó de este talento para desempeñar un papel importante en el surgimiento de su patria, por lo cual la historia lo ha determinado como ejemplo para la sociedad y no por un individuo aislado.

La autobiografía que escribió mi abuelo, Don Víctor Manuel Guzmán, demuestra como el humano va trasformándose, cambiando hasta lograr llevar en su espíritu el concepto de valor más diferenciado, más amplio, recto pero siempre con una esencia objetiva como fueron: la función social; la conciencia con una significación social ya sea individual o colectiva. Estos valores cumplen una función como reguladores internos de la actividad humana. Mantuvo en su visión del mundo un sistema de valores institucionalizados, que son los que la sociedad debe organizar y hacer funcionar. De este sistema emana la ideología oficial, la política interna y externa, las normas jurídicas, el derecho y la educación formal. Estos valores pueden coincidir o no con el sistema de valores objetivos que se aplicaban en aquellos tiempos.

Es decir fue un transformador. Un innovador en la manera de pensar, de actuar y de cambiar la visión que regia los destinos de una Imbabura, atrasada por falta de iniciativas que respondan a unas condiciones más concretas y fue su reto fundamental el cambio, pero siempre acompañada de una transformación ética, en la que se preserve lo más valioso de la moral y la ética.
Víctor Manuel Guzmán Villena


AUTOBIOGRAFIA
NACIMIENTO
Nací el día domingo, a las once y media de la noche, de 30 de marzo de 1.884. Al siguiente día fui bautizado en la Iglesia Parroquial, según consta de la siguiente Partida que, tomada textualmente del Libro Bautismo de Españoles, dice así: “El infrascrito, cura excusador de esta Parroquia, a los 31 días del mes de Marzo, del año de 1.884 bautizó solemnemente a Segundo Víctor Manuel, hijo legítimo de Juan Manuel Guzmán y Rafaela Mera: fueron sus padrinos el señor Teodoro Andrade y su señora Mariana Cevallos, a quienes advertí su obligación y parentesco. Lo certifico f) José Antonio Merlo”.

Nací en Ibarra, en casa de propiedad de mis padres, situada en la esquina de la Plaza de la Merced, carrera García Moreno, intersección Olmedo; hoy de propiedad del señor Manuel Terán Monge. No recuerdo haber vivido en esa casa que dejó de ser de mis padres cuando yo fui muy niño.

Mis padres fueron muy creyentes y tenían particular devoción por la Santísima Virgen de las Mercedes y a la Madre Virgen de los Dolores. Mi infancia se desarrolló en ese ambiente. No he olvidado la fervorosa devoción con que, en casa, se celebraba el Mes de María, con la asistencia de muchos vecinos.

MI EDUCACIÓN

Las primeras letras aprendí en una escuela particular, regentada por Don Roberto Moncayo, tío de mi padre y sobrino del doctor Pedro Moncayo esparza.

Una digresión sobre los Moncayo: José casó con Felipa Yépez. Fue un matrimonio muy bendecido por Dios, por su numerosa prole. Recuerdo los nombres de los siguientes hijos: Trinidad (mi abuela), casada con Manuel Guzmán de León, Hipólito (que fue General de la República), Dolores, Rosario, Juana (casó con mi abuelo Manuel después que murió Trinidad, su primera mujer), Pedro, Roberto, Aparicio, José (abuelo del escritor Hugo Moncayo), María, Carmen.

Mi bisabuela, Felipa Yépez tuvo dos hermanas: Luisa, quién casó con don Manuel López, hija de ese matrimonio fue Juana López, mi suegra más tarde.

La otra hermana de Felipa fue María de Jesús, quien casó con Don Miguel Oviedo y el mismo día del matrimonio, conservando su virginidad, ingresó en el Convento de las Monjas Catalinas, en donde fue Priora y murió de edad avanzada.

Volviendo a los Moncayos, cabe anotar que si bien al Dr. Pedro se le ha recordado como el Padre del Liberalismo ecuatoriano, pero la verdad es que en Congresos y Asambleas Legislativas a las cuales concurrió, nunca se manifestó descreído, sino que, por el contrario su criterio fue católico, como aparece en las actas de 1845. Y es que todos los Moncayos fueron muy creyentes. Conocí un retrato al óleo de mi bisabuelo, José Moncayo, vestido como esclavo, al pié de la Santísima Virgen. En su época se lo tuvo como un hombre sumamente virtuoso y ejemplar.

El Dr. Pedro Moncayo casó en Lima con la Marquesa Juana de Lama. En 1850 nació en Quito mi padre Juan Manuel Guzmán y el Dr. Pedro Moncayo, su tío abuelo, fue padrino de bautizo. En mi niñez recuerdo haber leído una carta – contestación dirigida a mi padre, en la que, refiriéndose a mi nacimiento, le recomendaba que me educase bien, para que sea un “buen ciudadano y luchador”. Ésta carta era escrita en papel satinado azul.

ENSEÑANZA PRIMARIA

Después del deletreo que con tanto cariño me enseñaba mi bondadoso tío abuelo, Roberto Moncayo, pasé a una escuela fiscal establecida en la casa que hoy ocupa la Escuela 28 de Septiembre. Mucho extrañé los mimos y contemplaciones de mi primer maestro, pues el segundo era un señor pelirrojo, muy irascible, y esa actitud me infundía miedo; circunstancia muy perjudicial para el desarrollo de una eficiencia labor, especialmente tratándose de los primeros pasos de la enseñanza.

Al año siguiente vinieron los Hermanos Cristianos y, bajo su dirección, terminé la primaria. En ese entonces predominaba el aprendizaje memorístico riguroso, y si el látigo y la palmeta se empleaban como sistema correctivo, pues predominaba el criterio de que “la letra con sangre entra” de esas sanciones no fui víctima, porque me “quemaba las pestañas” hasta aprender al pie de la letra las lecciones. De mis profesores, como el Hno. Octaviano, conservo, gratos recuerdos. No cabe duda, los Hijos de la Salle han sido, son y serán eminentemente educadores.

ENSEÑANZA SECUNDARIA

En la noche del 8 de octubre de 1896 rendí el examen de ingreso ante el Tribunal respectivo del colegio Seminario Menor de San Diego. Fui aprobado con tres primeras, equivalente a sobresaliente.
De los siete años que en ese entonces comprendía la enseñanza secundaria, los cinco primeros cursé en el Seminario y los dos últimos en el Colegio Nacional San Alfonso (hoy Teodoro Gómez de la Torre).

En el primero tuve como competentes profesores a los sacerdotes Canónigo, doctor Alejandro Pasquel, canónigo; doctor Telésforo Peñaherrera, Presbítero; Carlos Rueda, Presbítero; Miguel Sánchez, eminente matemático. En el segundo, a los señores, don José; doctor Albuja, Eduardo Grijalva, doctor Elías Almeida.

Plácida, serena y apacible es la vida de estudiante, y de mi paso por esos Planteles guardo las más delicadas impresiones. De pequeño, nunca fui hostilizado por los grandes, o sea por los “filósofos”; al contrario, viendo éstos que el Rector, doctor Alejandro Pasquel, espíritu amplio y comprensivo me miraba con deferencia, llamándome el “doctorcito”, por mi comportamiento circunspecto, era a nombre de ellos, el pedidor de los asuetos que nunca negó tan virtuoso sacerdote, ya estudiante de Retórica, ingresé en el número de los “grandes”, con beneplácito de los “mayores”, que lo eran de verdad pues algunos ostentaban mostachos y eran de los que por la noche, burlando la vigilancia del internado y escalando los derruidos muros de la Compañía salían flauta en el bolsillo a dar serenatas, hasta que al fin fueron sorprendidos en pleno canto por un profesor, y expulsados de inmediato. Uno de ellos tenía por lo menos veinticinco años de edad y era tipazo en eso de “hacer hablar” a la flauta….

No he olvidado de un incidente. Era alumno de primer grado de Gramática, para una fiesta del Colegio escribí un sainete, que lo representé con mis compañeros de curso, Reinaldo y Miguel Cabezas Borja, Víctor M. Almeida, Aurelio Jaramillo y uno de Tabacundo, cuyo nombre y apellido no recuerdo, pues por el papel que representó de Fray Michola solo era conocido por ese nombre. La representación se verificó en el Salón de Estudios en presencia de profesores y alumnos. Todos se destornillaban de risa, sin duda por los adefesios; pero yo me sentí satisfecho del éxito, resuelto a escribir una comedia para estrenarla el 31 de mayo. Avanzado estaba el trabajo; pero un día, no se sí por mi buena o mala fortuna fui sorprendido por un profesor que hacía la vigilancia en el salón de estudios. Me arrebató el cuaderno y lo despedazó, increpándome en el sentido de que, en vez de estudiar pasaba el tiempo escribiendo disparates. A la edad de doce años, disparates, muy grandes debieron ser; pero siento hasta hoy la pérdida o destrozo de ese ensayo, y no volví a pensar en ello, después de semejante tunda del profesor que, lejos de reprender debió estimular el empeño. Ya se ve, de pedagogía estaba en ayunas y cerraba en vez de dar ensanche a los vuelos e iniciativas de una mente infantil.

¿Por qué salí del Colegio Seminario? En esa época eran siete los años de enseñanza secundaria, y al ingresar en el 6, o sea en el segundo curso de Filosofía se nos notificó que, por disposición del Ilustre Obispo Federico Gonzáles Suárez se aumentaba un año más de Filosofía. Ocho años de secundaria, parecía demasiado, y entonces alrededor de 40 estudiantes solicitamos el pase al Colegio Nacional.

Éste establecimiento corría riesgo de desaparecer, pues apenas el número era entre 25 y 30 mientras en el seminario pasaban de 120. En ese entonces se decía, pero yo no pude afirmar tal cosa, que la orden emanada del Ilustre Federico Gonzáles Suárez fue con el propósito de defender la estabilidad del Colegio Nacional, descongestionando el Seminario, del cual, no obstante su crecido número eran muy pocos los que iban al Mayor. El aumento de un año más no tuvo su realización.

Terminados en el Colegio Nacional los últimos años de Filosofía, el 27 de Julio de 1803, obtuve la investidura de Bachiller en Filosofía y Letras con la calificación de “tres primeras”, justa recompensa a mis desvelos, pues en preparar el Grado, sin someterme a sorteo de las tesis, sino que renuncié, empleé todos los días de ese mes, con un estudio de catorce horas diarias.

No cabe duda que en el Colegio el joven adquiere la conciencia de responsabilidad y se le abre los diversos horizontes de la vida; pero esa labor educativa no puede ni debe ser patrimonio exclusivo de los profesores, al contrario, sobre los padres de familia, pesa la obligación primordial, no diré de apoyar, sino de mantener en el hogar la educación de sus hijos.

Y esta orientación, gracias a Dios, no me faltó en el hogar. Mi padre, hombre de estudio, egresado de la Universidad Central con el título académico de agrimensor, –lo que hoy diríamos ingeniero civil– vivía absorbido en levantamiento de planos; fue el primero quien levantó el de Ibarra. Bondadoso en medio de su austeridad, a mí, sin duda por ser el último de sus hijos me miraba con especial solicitud y cariño. Siempre me trato en diminutivo, inculcando en mi corazón sentimientos nobles, y en mi mente la idea del cumplimiento del deber a través de todo sacrifico. Mi madre, mujer inteligente, muy amante de la lectura y perspicaz, estimulaba en mí los sentimientos de pundonor o amar propio, recomendándome siempre no ocuparse jamás en mal de los demás y perdonar cuando sea ofendido. Bendita sea la memoria de los autores de mi vida, después de Dios.

ENSEÑANZA SUPERIOR

Con la amargura de la primera ausencia del hogar, el 8 de octubre de 1903 arribé a la Capital, con el objeto de ingresar en la Universidad Central. Tenía inclinación a la Jurisprudencia; pero, por corresponder a los deseos de mi familia, obtuve la matricula en Medicina. Dos días concurrí al San Juan de Dios, pero el tufo del Hospital que era pungente en salas atestadas de toda clase de enfermos, me convenció de que ese ambiente no me era halagüeño, y nulitando de inmediato la matricula, saqué otra para incesar en la Facultad de Leyes. Allí me encontré satisfecho, mis estudios los hacía con entusiasmo y decisión. Eminentes profesores, como los doctores Carlos Casares, José María Borja, Aurelio Villagomez acentuaban mi vocación. Intervine en un certamen de Derecho Romano, y en exámenes finales obtuve muy altas calificaciones, especialmente en Código Civil, en cuya asignatura las tres primeras eran difíciles obtener; pero por fortuna las conseguí. El profesor, doctor Casares, por su carácter grave y austero, por sus preguntas lapidarias infundía terror. A la primera llamada para rendir el examen los estudiantes generalmente no respondían, quedando de hecho aplazados, y yo, no rehuí presentarme: tal era la desesperación de volver a Ibarra, centro de los afectos más caros de mi corazón. Los estudios universitarios hube de suspenderlos por circunstancias económicas desfavorables. Mi padre, a consecuencia de grave enfermedad al hígado ya no pudo sostenerme, y con toda la amargura de mi alma, falleció después de larga postración el 10 de junio de 1902. Mi madre, muy devota de San José murió el 10 de marzo de 1938.

Habiendo sido rico mi padre, no dejó fortuna; al contrario, desde mi niñez, sentí y saboreé las estrecheces de la pobreza. Albacea de la testamentaria de su padre que fue acaudalado comerciante importador, pagó en dinero a todos los herederos y él fue quedándose los créditos y documentos cuantiosos que no pudo hacerlos efectivos, porque, decía, no quiero atormentar a nadie. Documentos que un buen día los quemó, sabedor de que mi hermano mayor Juan, pretendía cobrar. Un hombre rico de Ibarra era uno de sus deudores, ya en artículo de muerte, por medio de un sacerdote, se le recordó esa obligación, y por toda contestación dio esta: “Cierto que debo al Sr. Guzmán, pero el crédito comercial está prescrito y no pago”. Que Dios le haya perdonado, como mi padre perdonó a sus deudores.

MI MATRIMONIO

Desde la niñez, tenía una irresistible simpatía para mi pariente Victoria Lara, y esa simpatía de la infancia, en la juventud de los 17 años, se convirtió en una llama de amor intenso y puro. A hurtadillas de mi padre leía novelas románticas, y esta circunstancia añadida a mi temperamento sensitivo, pleno de emotividad e idealismo, convirtieron ese amor en una hoguera irresistible. Acaso Dante, el poeta florentino, no amó con tanta intensidad a su Beatriz….
Victoria era de los tres tipos de belleza de ese tiempo – Nota: las otras dos eran Victoria Tinajero y Genoveva Carrión –, y a las cualidades físicas unía las morales en grado máximo. Virtuosa, desprendida, de alma blanca, apacible, de admirable serenidad mental, llena de ingenio en sus comentarios. Me comprendió y la comprendí: eran dos corazones juveniles que latían al mismo ritmo.

Tímidamente, en frase entrecortada, le hice mi primera declaración de amor; y ella, mirándome dulcemente y brillando en sus arqueadas pestañas como gotitas puras, heridas por la luz de sus pupilas, con esa ingenua sinceridad, flor de alta excelencia moral, me respondió: “si tu me quieres de veras, yo te amaré un mundo”……… Y desde ese día nos juramos amor: vivir yo para ella y ella para mí. Y lo hemos cumplido. La ausencia de ella, en todo tiempo ha sido para ambos, así la separación fuese por pocos días, el mayor de los tormentos. En la hoja que se despide de la rama que sacude el viento; en el brillo nítido de la flor que se abre al beso de la aurora; en la fuente que corre presurosa por entre esbeltos ramajes; en el ave que trina; en todo, he sentido siempre el suspiro de mi novia y luego de mi esposa ausente. Nuestro amor ha sido sin sombras y sin ocasos; cada minuto parece que nos amábamos más y más. Un amor así tenía que ser bendecido en el Altar y con la bendición de nuestros padres se verificó nuestro matrimonio civil – eclesiástico en la noche del jueves 23 de febrero de 1905, siendo aún ambos menores de edad.

En ese matrimonio feliz; lleno de crecientes ilusiones, hemos tenido los siguientes hijos: María Magdalena y Blanca Lucila – gemelas – nacidas el 4 de Enero de 1906; Víctor Germánico, nacido el 15 de diciembre de 1908, Hugo Alonso, el 25 de julio de 1911; Beatriz Victoria, el 12 de octubre de 1913; Sara Lucila, el 17 de enero de 1916 (hoy hermana Bethlemita) y Aníbal Eduardo, el 15 de febrero de 1923.

De las dos primogénitas, Blanquita murió el 22 de octubre de 1906, y hasta hoy, cada vez que veo el retrato siento una dolorosa herida en mi corazón. Criatura bonita, sentíamos los padres una especie de vanidad, Dios la llevó al cielo. Bendecimos su voluntad.

Hogar venturoso y tranquilo. Nunca la más leve divergencia. En las contrariedades de la vida pública, a él retornaba con ansiedad y es para mí un remanso espiritual, un oasis vivificante y reparador, porque siempre encuentro a mi esposa, dulce, cariñosa y con los brazos abiertos para recibirme. En los años de vida matrimonial, nunca la he visto iracunda ni fruncida el ceño; amable, tierna y sonriente, son sus características, como emanación constante de su paz espiritual. Para ella no hay sino el hogar: allí es su centro; ahí está su trono. Lo de afuera no le preocupa. Los exhibicionismos sociales no le agradaban, huye de ellos, y jamás he pretendido violentar su manera de ser. Al contrario, respeto y admiro su contextura moral, muy rara por cierto, en ésta época de tantas superficialidades. Es una perfecta casada, y, para mí, el libro admirable. Que con este título, escribiera el inspirado cantor cristiano, Fray Luis de León.

Gracias al espíritu de abnegación de mi mujer querida y a costa de esfuerzos y sacrificios propios, se adquirió en compra el solar y luego se construyó la casa en donde vivimos y que tiene para mi un valor de afección, ya por el antecedente histórico autenticado por tradiciones de familia, de haber nacido en ese lugar el Dr. Pedro Moncayo y Esparza, pues, la antigua casa perteneció a su abuela, doña Josefa Páez, madre de María Esparza; ya principalmente porque la casa, fruto de privaciones, ha sido y es el albergue sagrado de mi familia, cuyo ambiente de amor, de paz y tranquilidad inebria mi corazón de dulces emociones.

Amante de mi hogar, en relaciones sociales he sido muy parco y en mi amistad siempre leal, consecuente, respetuosa procurando no herir, como diría Amado Nervo, ni con el pétalo de una rosa. Por eso conservo amistades inalterables a través de largos años de haberlas cultivado. Y es que la amistad, para ser duradera, debe inspirarse en la delicadeza de procedimientos y en el afán constante de hacer algún bien siempre que se pueda. Nunca he juzgado mal de los demás, y en respetar el honor ajeno, he puesto particular empeño: a todos miro con efusiva simpatía, sin abrigar sentimientos rencorosos para nadie. Si acaso tuviere enemigos serían gratuitos, porque, repito, mi conciencia no me acusa de haber causado daño a nadie.

Algunas amistades me han hecho objeto de sus confidencias y me han solicitado consejos, sin duda porque sabían que las confidencias quedaban encerradas en el cofre de la discreción y la reserva. En cuanto a consejos, era difícil que los diera atinados, quien, como yo, necesito recibirlos; pero así y todo aprecian y aceptan cualquier concepto mío, vertido sin ínfulas de superioridad, que nunca las he tenido, pues siempre me he considerado hombre débil y deficiente, procurando adquirir el “noscete ipsum” del Filósofo Tales de Mileto, para no conceptuarme más de lo que soy: pequeño, y lo afirmo sin fingidas modestias. La vanidad, la presunción, el orgullo, la soberbia, nunca se han anidado en mi corazón.

VIDA PÚBLICA

En 1905, los primeros cargos públicos que desempeñé fueron de Alcalde Cantonal y Secretario Municipal. En febrero de 1906 fui nombrado Inspector Repetidor del Colegio Nacional. Cargo muy difícil y comprometido, pues tenía según el Reglamento, la obligación de reemplazar a los profesores que no concurrían a dictar la clase, muchas veces, ni siquiera por motivos justificados, sino por estar paseándose en la plaza principal; pero más de una ocasión, me sacó de apuros el portero Echegaray, hombre muy serio, quien a la fuerza conducía al Colegio al profesor incumplido, amonestándole en el cumplimiento de sus deberes. En septiembre del 1906 por el Ministerio y luego por el Consejo Superior de Instrucción pública fui nombrado profesor de Literatura.

LABOR EDUCATIVA

En el Colegio Nacional: La cátedra de Literatura, muy conforme con mi gusto, la desempeñé sin interrupción alguna por el tiempo de veinte y seis años. Durante ese lapso, en diferentes épocas corrieron a mi cargo otras asignaturas, como Historia Universal, Geografía, Contabilidad, Higiene Pública, Instrucción Moral y Cívica.

Como sentía con vocación especial para la educación, para el trato con los jóvenes, a quienes siempre estimulé, lejos de desalentarlos, a la cátedra preferí cualquier otra situación efímera. Dos veces fui propuesto para la Gobernación de Imbabura; pero cargos políticos jamás me han atraído, y me excusé, manifestando lealmente que esas situaciones no se amoldan a mi temperamento y carácter. Por nueve años ininterrumpidos desempeñé el Vicerrectorado del Colegio y me separé de ese querido Establecimiento, no tanto por haber obtenido mi jubilación, sino porque dadas ciertas circunstancias, mi delicadeza personal así lo exigía. De parte de mis Superiores, de mis compañeros profesores y alumnos siempre fui objeto de especiales consideraciones. De los años pasados en el “Teodoro Gómez de la Torre” conservo en mi mente los más gratos recuerdos y en mi corazón los sentimientos más afectuosos.

Separado del Rectorado el señor Don Luis Fernando Villamar, por renuncia; también yo, después de algunos meses, me separé, y cuando el señor Villamar fue nombrado Ministro de Educación, me propuso el cargo de Rector del Colegio. Yo le acepté sin mayor entusiasmo, pues en esa época, como en todas, prevalecía la recomendación política ante el Gobierno, y yo nunca he movido esos resortes.

Transcurridas algunas semanas de dicho ofrecimiento, recibí un carta del Ministro señor Villamar quien, entre otras cosas, me decía lo siguiente: “Infinitamente contrariado me encuentro por no haberme sido posible realizar mi vivo deseo y cumplir al mismo tiempo, el ofrecimiento que le hice con respecto al Rectorado del Colegio. En el curso de las últimas semanas, mi ánimo ha sostenido una lucha muy amarga por éste motivo y créame, es un verdadero pesar y hasta vergüenza, que me veo obligado a manifestarle ésta circunstancia. Pero confía en la benevolencia del amigo, en su alta comprensión y nobleza, para esperar su generoso disimulo………” Ayer no más, manifestándole al Sr. Encargado las dificultades en que me encontraba con respecto a Ud. y al Dr. Sandoval para el Rectorado del Colegio me decía “Sino fueran estos momentos tan delicados para el Gobierno y para el País, en vísperas de unas elecciones en las que habrá, como lo hemos garantizado, absoluta libertad de sufragio, y si el cambio de una autoridad en una Provincia que parece tranquila, no despertase recelos y suspicacias, nada sería más fácil que llevar a uno de los dos amigos suyos a la Gobernación y al otro al Rectorado”. “Así, pues, no habiendo por el momento una situación conveniente para el Dr. Sandoval que justificase su salida del Colegio, tengo que dejarlo allí aún, sacrificando a mi excelente y querido amigo Sr. Guzmán, quien comprenderá las razones que le expongo y me perdonará. Pasadas las próximas elecciones, ¿querría UD. Insinuar su nombre al Gabinete para la Gobernación? Espero, una vez más, de la nobleza de Ud. Una excusa generosa para su invariable y adicto amigo y S.S. (f) Luis F. Villamar”.

Mi contestación estuvo concebida en estos términos. “Ibarra, 1º. de Diciembre de 1933. Sr. Don Luis F. Villamar.- Quito.- Muy apreciado Sr. Villamar: Siento en el alma las infinitas contrariedades por las que ha pasado Ud. con motivo del nombramiento de Rector, ofrecido por Ud. anticipadamente, tuve noticia de ciertos resortes e influencias que se movían en orden a ese cargo, cuya designación no constituyó para mí una sorpresa ni mucho menos. Por lo demás, de nada tengo que disculpar ni disimular. En el Ministerio de su digna dirección era muy libre para proceder en cualquier sentido, así fuese sacrificando a su excelente y querido amigo como Ud. tan bondadosamente me considera, pues ese sacrificio quedará compensado si el redunda a favor de los intereses públicos del Colegio ‘Teodoro Gómez de la Torre’, en donde Ud. y yo pusimos todo nuestro corazón y espiritualidad, con fe, entusiasmo y amor a la juventud.- Quedo en espera de alguna oportunidad para testimoniarle, como siempre, la invariable decisión con la que, una vez más, se suscribe un muy leal y adicto amigo (f) Víctor Manuel Guzmán.”

Posteriormente, en 1937, fui propuesto por el Gobierno para ocupar el Rectorado del Colegio “Teodoro Gómez de la Torre”; pero mi excusa fue terminante, pues habiendo actuado en la Constituyente de ese año, mal podía aceptar un cargo en un Régimen que surgió mediante la disolución de la Asamblea. Mi delicadeza no lo permitía. También se me ofreció la Gobernación, y mi excusa fue igual. Mi repugnancia a cargos políticos ha sido invariable. La primera vez fui propuesto, a nombre del Gobierno, por el Dr. Salazar Gómez, en 1924, y preferí continuar con mi cátedra en el Colegio. Mi espíritu de paz, de pulcritud en los procedimientos ha encontrado siempre un ambiente propicio en los claustros de un Colegio, en trato y comunicación con la juventud, y nunca me he conceptuado hábil para todo cargo público, como quien dice listo para un fregado para un barrido.

En 1937 el Eximio Sr. Obispo Mosquera se empeñó en la fundación de una Colegio Particular de Segunda Enseñanza. En la solicitud ante el Ministerio manifestó que contaba conmigo; pero me excusé, después de que fue expedido el Decreto de Fundación, y ante las insistencias de la Autoridad Eclesiástica, en Octubre de 1938, asumí el Rectorado de ese incipiente Plantel, en cuya labor de organización saboreé no pocas amarguras y contrariedades, provocadas por egoísmo e incomprensiones que nunca faltan en la vida. Me separé cuando el Colegio estuvo organizado y cuando, con lucimiento, salieron de allí los primeros Bachilleres, siendo de entre ellos el primero mi hijo Aníbal, quien obtuvo una investidura.

Mi renuncia estuvo concebida en éstos términos: “Ibarra, 16 de septiembre de 1943.- No. 168.- Eximio Sr. Obispo Dr. Don. César Antonio Mosquera.- Ciudad.- Eximio Señor: A insistentes peticiones de la respetable Autoridad Eclesiástica, en Octubre de 1938, acepté el cargo de Rector del Colegio ‘Sánchez y Cifuentes’; cargo inmerecido, dadas mis insuficiencias personales, pero en el cual he puesto el acervo de mi entusiasmo e interés.- Mi estadía en el Rectorado siempre la conceptué pasajera, y hoy, apenas he tenido conocimiento del retorno de vuestra Excelencia a ésta ciudad, me anticipo en manifestarle mi propósito de separarme de él, y lo hago con mi conciencia completamente tranquila; siendo el alivio de una enorme responsabilidad y aprovecho de esta oportunidad para presentar a su Excelencia el testimonio de mis rendidos agradecimientos.- Muy respetuosamente.- (f) Víctor M. Guzmán.”

Al día siguiente recibí del Eximio. Sr. Obispo ésta nota: “Sr. Dn. Víctor M, Guzmán.- Muy apreciado señor y distinguido amigo: Refiriéndome a su atenta y culta comunicación No. 168, fechada el 16 del mes que decurre, expresáosle a usted la honda pena con que aceptamos la renuncia que nos ha presentado del cargo de Rector del Colegio “Sánchez y Cifuentes”, cargo en cuyo desempeño ha puesto Ud. todo el acervo de su entusiasmo, bien comprendido patriotismo, ilustración y relevantes dotes morales y espirituales con que Dios Maestro Señor le ha adornado, y que ha sabido consagrarlas al servicio de las juventudes, contribuyendo con ello muy eficazmente a la formación integral del alumno que ha frecuentado las aulas de ese Plantel” ……. “Más, siéndonos conocido su acendrado espíritu católico y su verdadero interés y decisión porque los jóvenes educandos orienten su vida en conformidad con las sanas doctrinas de la iglesia de Jesucristo, nos permitimos rogarle que se digne continuar prestándonos sus importantes servicios, desempeñando las cátedras que Ud. estimare conveniente dictar en dicho Plantel.- Créanos siempre, señor Guzmán, cuando su sincero admirador y adictísimo amigo y S.S / César Antonio Mosquera, Obispo de Ibarra”.

No pude resistirme a ésta última petición, pues tengo una irresistible vocación educativa; me place tratar con los jóvenes en el tranquilo ambiente de una cátedra.

Al iniciar el nuevo curso escolar, en sesión solemne del Cuerpo de Profesores, se había dado lectura del siguiente oficio.- “Gobierno Eclesiástico de la Diócesis de Ibarrense.- Ibarra, a 14 de Octubre de 1943.- Al Rvdo. Sr. Rector, Rvdo. Sr. Vicerrector, Sres. Profesores y Alumnos del Colegio “Sánchez y Cifuentes” de Ibarra.- Merced a la labor tesonera, inteligente y constante del benemérito Sr. Rector, Dn. Víctor M. Guzmán, y del respetable Cuerpo de Profesores, el Colegio “Sánchez y Cifuentes”, durante seis años de su existencia, ha alcanzado, con el auxilio divino el notable prestigio que le ha hecho acreedor a ser contado en el número de los Colegios de Segunda Enseñanza de primera categoría de nuestra República.- Al iniciarse el nuevo año lectivo de 1943 a 1944, con el corazón rebosante de entusiasmo por el pasado, por el brillante futuro obtenido al colocar en la primera página de las memorias del Colegio los nombres de los distinguidos alumnos que han hecho honor al Plantel, obteniendo con lucimiento el Grado de Bachiller, y lleno de optimismo y esperanzas para el porvenir, consignamos en este documento el testimonio de nuestra merecedora gratitud para con el Sr. Rector y cada uno de los miembros del Cuerpo Docente, porque, asociándose a Nos en el común empeño de dar a la iglesia y a la Patria dignos hijos y preclaros ciudadanos, han consagrado el caudal de sus conocimientos, de sus prendas pedagógicas y esmerada solicitud de la formulación católica e integral de la juventud encomendada a sus cuidados.- Muy sensible ha sido para nosotros que el Sr. Dn. Víctor M. Guzmán nos presentare la renuncia del elevado cargo de Rector del Establecimiento; cargo que, dadas las relevantes prendas que le distinguen, ha venido desempeñando con la constancia y asiduidad propias de espíritus verdaderamente amantes del cumplimiento del deber y de la sana y cristiana educación de la juventud, en cuyas manos está el porvenir de los pueblos. Después de dejar constancia de nuestro reconocimiento, hemos aceptado la renuncia en la confianza de que, desde las cátedras que desempeña el Sr. Guzmán, continuará su labor prestigiosa en pro del Colegio. Dios Nuestro Señor guarde a Ustedes (f) César Antonio Mosquera, Obispo de Ibarra.”

Hasta la época en que borroneo apuntes (Junio de 1947) he continuado por amor a la juventud, dictando las cátedras de Literatura, Derecho Político y Constitucional y Economía Política y Social, satisfaciendo a los pedimentos del Excmo. Sr. Obispo, para quien guardo las más especiales y distinguidas consideraciones, máxime que cuanto con los deferencias del señor Rector Dr. Jirón y de los señores profesores, sin excepción alguna.

En la Asamblea Nacional Constituyente de 1946-47 obtuve una renta especial para el Colegio, y el Cuerpo de Superiores y Profesores estimuló mi labor mediante la solemne entrega de un artístico y valiosísimo pergamino, en la fiesta de la Patrona, la Dolorosa del Colegio, a cuyos pies deposité éste homenaje, por cuanto a Ella invocaba siempre mis intervenciones legislativas, y, por lo mismo, es la acreedora: yo simplemente he sido un instrumento, como lo fui en esa misma Asamblea, cuando conseguí otra asignación para la construcción de la Basílica.

En octubre de 1948, desde Quito, envié mi renuncia de Profesor, que no fue aceptada, pues se me contestó que “Continuara en el Colegio laborando brillantemente”; pero insistí en ella a mi regreso a Ibarra, y se aceptó en términos de gratitud a mi labor. También en el curso de 1947-48 desempeñé en el Colegio Betlemitas las cátedras de Economía Política y Derecho Público. Hoy 1946 por mi salud delicada he resuelto dar término a mi labor educativa.

LABOR MUNICIPAL

Muy joven aún llegue a formar parte de la Corporación Edilicia, y así en las fastuosas fiestas del Tercer Centenario de la Fundación de Ibarra, en 1906, era Concejal. En el libro El Clero y el Tercer Centenario de la Fundación de Ibarra, página 6, consta lo siguiente: “Por fortuna el I. Concejo estuvo compuesto el año pasado de jóvenes inteligentes y pundonorosos, los cuales acogiendo y secundando la iniciativa del egregio Prelado y enardecidos por el ejemplo de la Junta Patriótica establecida en Quito, se propusieron desplegar toda su actividad y patriotismo a fin de ponerse a la altura de su deber en la celebración del gran día del pueblo cuyos representantes eran” – “se nos hace un deber de justicia al indicar sus nombres, para honra suya: Dr. Luis Alejandro Luna, Dr. Enrique Villota, Dr. Alfredo del Castillo, Don Augusto Nicolás Recalde, Don Víctor Manuel Guzmán, Don Rafael Miranda. Fueron Presidentes del Concejo, alternativamente, según el Reglamento vigente, Don Rafael Almeida, Don Augusto N. Recalde y el Dr. Enrique Villota”.

Muchas veces he actuado en el Concejo Cantonal, ya como Concejal, ya como Presidente de esa Corporación; el amor a Ibarra, a mi tierra querida, ha sido siempre el móvil de mis labores edilicias, en las cuales no dejé de saborear ciertas amarguras y contrariedades; pero todo lo posponían en aras del bienestar y mejoramiento de la ciudad. Debía continuar como Presidente del Concejo de 1947, pero por tres veces insistí en mi renuncia, aduciendo motivos de delicadeza en mi salud, que efectivamente era así, pues las tareas de la Asamblea Constituyente, eran largas y fatigosas, minaron mi salud, y por prescripción médica necesitaba un poco de reposo y tranquilidad, lo cual no lo había conseguido al continuar frente a la Presidencia, por cuanto había que enmendar y corregir algunas dependencias y opté por dejar ese puesto, que, mientras algunos lo buscaban como un honor o distinción, yo tan solo lo veía por el peso de obligaciones que impone.

En todo tiempo, los conciudadanos con quienes actué en el Concejo, me distinguieron con sus consideraciones y miramientos. Especial cuidado tenía de no tomar parte en polémicas agrias y destempladas: siempre procuré la mayor ecuanimidad y serenidad de espíritu, sin dejar de ser intrépido y valiente cuando de algo muy importante para los intereses públicos se trataba.

En septiembre de 1945, concurrí a la Asamblea de Municipalidades, convocada a iniciativa de Junta Patriótica Pro Ferrocarril, con objeto de defender la Obra Redentora. En esa reunión, por unanimidad se aprobó el siguiente acuerdo: “La Asamblea de Municipalidades de Carchi, Imbabura, Pichincha, Esmeraldas: Considerando: "Que el señor Víctor Manuel Guzmán, Presidente de la Junta Patriótica Pro Ferrocarril Ibarra – San Lorenzo, establecida en la capital de Imbabura, ha prestado el valioso aporte de sus inteligentes iniciativas, en forma brillante e incansable, ya como distinguido legislador o periodista, ya también como ejemplar ciudadano, en defensa de esta obra creadora de prosperidad y bienestar.

Acuerda: Otorgar al señor don Víctor Manuel Guzmán un expresivo y sincero VOTO DE RECONOCIMIENTO, como justo estímulo a su intensa e inteligente labor y como homenaje de la, simpatía con la que ha sido mirada tan patriótica cooperación; y recomendar de manera especial continúe colaborando con la misma abnegación y acierto en finalidad tan plausible. Dado en Quito, a 28 de Septiembre de 1945. F) El Presidente de la Asamblea, Dr. Humberto Albornoz. El Secretario DE LA aSAMBLEA F) Dr. Bastidas".

El Diario El Comercio, refiriese a ésta Asamblea, con una generosa semblanza.: "El 8 de julio de 1946 se reunió el Consorcio de Municipalidades de las provincias de Carchi, Imbabura, Pichincha, Cotopaxi, Tungurahua, Chimborazo, Manabí y Esmeraldas, con el objeto de unificar esfuerzos y acción a favor de la construcción del ferrocarril a San Lorenzo. Concurrí a ese Consorcio, que se reunió en el Salón del Concejo de Quito, en mi carácter de Presidente del Concejo de Ibarra y Presidente de la Junta Pro Ferrocarril. Presidente del Consocio fue nombrado el Alcalde, Don Jacinto Jijón y Caamaño; 1er. Vicepresidentes, Don Víctor Manuel Guzmán y 2do. el doctor Julio Plaza Ledesma.

Intensa fue esa labor. Llegó a formular sus estatutos y aprovechando mi permanencia en Quito, con motivo de la reunión de la Asamblea Constituyente de 46 – 47, conseguí del Ministerio de Gobierno, su aprobación.

Por desgracia la Comisión Ejecutiva, nombrada de acuerdo con los estatutos, no ha dado muestras de entusiasmo y optimismo.

El triunfo mora rotundo fue el de que todas esas provincias, en unánime sentir, sin ninguna discrepancia, reconocieran la importancia nacional indiscutible del Ferrocarril Quito – Ibarra – San Lorenzo."

LABOR LEGISLATIVA

No comprendo como hay personas que desesperadamente y con avidez buscan o desean una representación ante el Congreso Nacional, sin tomar en cuenta la enorme responsabilidad que trae consigo el cumplimiento a conciencia de un mandato democrático, cuyo ejercicio impone obligaciones, y no da méritos a quienes antes carecían de ellos.

Por primera vez concurrí como Diputado por Imbabura al Congreso de 1923. Fui con todos los arrestos de mi virilidad y el entrenamiento fue de lucha. Allí se presentó en el Senado un proyecto, que fue aprobado por ésa Cámara, de abandonar el trabajo de la línea férrea en la sección Quito – Ibarra, cuyos terraplenes estaban concluidos más de las dos terceras partes, para iniciar loa trabajos desde San Lorenzo, cuando todavía no habían estudios definitivos. La tesis que la sostuve con ardor fue la de que, sin perjuicio de que continúe la apertura de terraplenes entre Quito e Ibarra, comiencen los trabajos de estudio en San Lorenzo, que se los calculaba estarían terminados en el transcurso de tres años. El proyecto del Senado fue rechazado en Diputados y con la Cámara de origen insistiera, la primera volvió a rechazar. Los diarios de Quito, especialmente “El Comercio”, en su edición de 16 de octubre y en otras comentó favorablemente la resolución de la Cámara de Diputados, y el ágil Cronista Lucas Noé Pinto en su “Crónica Parlamentaria” de esa fecha, me dio el Grado de “Coronel”.

En el Periódico “El Ferrocarril del Norte” está la historia de ese bullado asunto, especialmente en la edición especial del 17 de Julio de 1929 “Arribo de la Locomotora a la ciudad de Ibarra”.

Un incidente particular: el día que iba a discutirse en tercera en Diputados el proyecto del Senado, me encontraba enfermo en cama; no pensaba concurrir a la Cámara, pero apenas se me comunicó por teléfono que el proyecto constaba en el Orden del Día, me levanté, no obstante la alta calentura, y me presenté en el Recinto, con visible asombro de quienes, sabedores de mi enfermedad, habían conseguido se discutiera en ese día.

La sesión fue borrascosísima………; el Senado no sesionó y sus miembros se trasladaron al recinto de Diputados para presenciar los debates. Duraron de tres de la tarde a nueve de la noche, con la negativa del proyecto. De ser éste aprobado, no habríamos disfrutado siquiera del Ferrocarril Quito – Ibarra, pues otros eran los móviles que se perseguían con tal proyecto; Dios lo sabe y no permitió su consumación, no obstante haberse conseguido muy hábilmente desviar el criterio de un sector de la ciudadanía, pero mi ánimo estaba dispuesto en sacrificar mi propia vida, y no variar un punto la línea de conducta que me había impuesto, seguro de que la razón y la justicia se impondrían, por encima de vocingleras que no hacen mella en espíritus ecuánimes y serenos, al través de cuyo criterio deben primar los asuntos de interés nacional y públicos,

Concurrí también como Diputado por Imbabura a la Legislatura de 1924 y en ella, por primera vez, hubo transmisión del mando, con mucha fastuosidad y derroche. Mientras en ese día la casa del electo presidente Dr. Gonzalo Córdova (1924-1925) estaba atestada de gente, la Casa Presidencial, se encontraba vacía y entonces resolví – lo que antes no lo había hecho – visitar al Presidente saliente. Y así lo hice. Penetré en el Salón Amarillo y le encontré al Dr. Luis Tamayo completamente solo y clavado los ojos en el cielo raso. Le suponía solo y por eso vine a visitarle, le dije. El Presidente me abrazó muy conmovido. Ah, las glorias humanas como se esfuman y como los cortesanos y besamanos de ayer desaparecen….

También debía concurrir a la Legislatura del año 25, pero la trastada juliana rompió el orden constitucional, inaugurándose en ella el periodo de más gastos en el Presupuesto, sin contar con fuentes nuevas de producción, y sí únicamente con la desvalorización monetaria que transitoriamente enriqueció las arcas fiscales, para en el decurso de poco tiempo, sentir los estragos del sistema inflacionista y de una moneda devaluada hasta lo increíble.

Como Diputado por Imbabura, concurrí a la Asamblea Constituyente de 1937. Una de las primeras labores fue presentar un proyecto de Ley, derogando todos los Decretos expedidos por el Jefe Supremo, Ing. Federico Páez a favor del divorcio. El proyecto fue rudamente impugnado, calificándolo de “reacción conservadora”, cuando lo que en verdad me proponía era velar por la estabilidad de la familia, pero fue negado por una inmensa mayoría, no podré decir si sectaria o incomprensiva, pues solo tres diputados sostuvimos. Mi proyecto tuvo el apoyo del señor Alberto Mena y Caamaño y de un Dr. Ortiz de Cuenca. Muchos legisladores que lo impugnaron, particularmente me decían que estaban de acuerdo conmigo, pero que no era conveniente tratar del asunto. Cuándo lo será?

El 22 de octubre fue disuelta esa Asamblea por el golpe dictatorial del Ministro General Alberto Enríquez Gallo, tocándome presidirla la última sesión por falta de Presidente y Vicepresidente. En esa noche del 21 notaba un hálito de descomposición; tras la intuición de que algo grave se preparaba; clausurada lo sesión a las ocho de la noche; recogí del pupitre todos los papeles y los llevé a mi casa; al entrar en ella dije a mi esposa e hijos: Este se derrumba. Efectivamente, al día siguiente los diarios anunciaban la caída de Páez. Para éste, error y muy grande fue haber ido a Latacunga en busca de Enríquez a solicitar el retiro de su renuncia, cuando lo aconsejable era aceptar y cambiar de inmediato el Gabinete, con excepción de quien era Ministro de Obras Públicas y del Ministro de Relaciones Exteriores. Pero los hombres públicos, los Magistrados, desde la altura del Poder, se ofuscan y no aprecian la verdad. Y cayó el ingenuo de don Federico estrepitosamente y Enríquez, quien con el puño de su espada dijo, según informó el Comercio, que defendería el contrato Scottoni, lo mutiló de inmediato. ¿Hizo bien o hizo mal? La historia lo dirá.

En mi carácter de Diputado Suplente Funcional por la Enseñanza Particular, concurrí durante unos treinta días a la Asamblea Constituyente de 1944. Allí defendí ardorosamente el voto obligatorio para acabar con la indiferencia con la cual miraban la mayoría de los ciudadanos esa hermosa función cívica del sufragio.

Un diputado calificó de muy idealista mi tesis a favor del voto obligatorio, pero hoy existe como precepto constitucional en la Carta Fundamental vigente de 1946 – 1947.

Como Diputado por Imbabura concurrí a esa Asamblea Constituyente que duró más de seis meses. Mi actitud fue la de un representante completamente católico e independiente. En varias ocasiones tuve que enfrentarme con los mismos diputados conservadores, cuando ellos asumían una posición un tanto elástica, como aconteció con la enseñanza laica, que la combatí sin claudicación alguna. Defendí con ardor y casi solo la libertad de prensa.

Una labor de intensa lucha, minó mucho mi salud, hube de sostenerme en esa Asamblea. Fui adverso a muchos preceptos de esa Constitución, como la creación de una serie de organismos burocráticos, la representación funcional, la Vicepresidencia de la República, etc. etc., así como en la expedición de leyes especiales, como la Elecciones, si vine defendí la representación de las minorías, mediante el sistema de lista completa, impugné aquella modalidad del cociente electoral, viejo y desechado sistema de otros países, pero que, en nuestro costumbre de imitación nos hizo aceptar lo que ya pasó de moda.

En junio de 1947 se verificaron las elecciones de Senadores y Diputados, de acuerdo con la vigente Constitución. Fui elegido Senador principal por la Provincia de Imbabura, y en ese carácter concurrí al Congreso Extraordinario de 15 de Septiembre de ese año para restituir el orden constitucional alterado por el Coronel Mancheno, Ministro de Gobierno derogado.

Tres días duraron las labores de ese Congreso; en Diputados se pretendió prolongar las sesiones, pero en la Cámara del Senado rechazamos tal propósito. Terminó con la elección del Presidente de la República en la persona del doctor Carlos Julio Arosemena Tola, caballero honorable y desvinculado de toda trinca política. Vicepresidente fue elegido don José Rafael Bustamante, ciudadano probo, por renuncia muy plausible del Dr. Mariano Suárez Veintimilla. cuyo desprendimiento le fue muy honroso.

(No he dejado memorias sobre mi concurrencia al Congreso Ordinario de 1948, cuyo período de sesiones duró tres meses)
LABOR PERIODÍSTICA

Desde mi vida estudiantil sentía una especial atracción al periodismo. En las horas de estudio mi imaginación divisaba, y con ella barruntaba mi porvenir. Cosa rara. Con el transcurso del tiempo todo cuanto me suponía desde el pupitre del Colegio se iba realizándose, habiendo solo fallado en mi profesión de Abogado; en lo demás se han cumplido mis fantasías. En ellas figuraba mi condición de Director de un periódico, cuya falta notaba en Ibarra. Comencé a escribir muy joven en algunos periódicos como Corresponsal. En el “Grito del Pueblo” y “El Telégrafo” de Guayaquil; en “El Tiempo” de Quito y años después en “El Comercio” y en “El Día”. A éste último diario le serví algo más de 25 años, desde 1918, y su Director, no obstante mi renuncia me consideró como Corresponsal–Redactor. Jamás en mis correspondencias atice rencores ni falté a la más estricta verdad; siempre escribí como suele decirse con guante blanco, cual corresponde a la ética del periodismo. En 1923, concluido el Congreso, los señores Mantilla, me ofrecieron por mi labor un puesto como redactor.

El comienzo de los trabajos ferroviarios en Quito me entusiasmó y como se fijó el 10 de agosto de 1917 para iniciar la apertura de los terraplenes desde Ibarra hacia la Capital, creí del caso aportar el contingente periodístico, y en esa clásica fecha apareció “El Ferrocarril del Norte”que fue recibido con general y unánime aplauso. Me lance a la aventura sin más recurso que el fervor cívico. ¿Merecerá el segundo número? Era lo que me preguntaba. Mi compañero de redacción fue mi amigo J. Nicolás Hidalgo, quien, más de una vez me decía que solo por mí seguía escribiendo; que el bien siquiera la suspensión del periódico, de “tantas contrariedades le ocasionan a usted, mi querido Victorito”, tales eran sus frases confidenciales; pero yo le animaba, aún cuando dejaba de escribir algunas semanas, hasta que, por enfermedad, se separó definitivamente en 1929. Mucho sentí la separación del amigo, tan bueno y leal, como sentí la del Administrador, doctor Tobías Mena, tan expansivo y genial y la del Colaborador literario, doctor Pasquel Monge, cuya compañía en las noches de velada, era de lo más halagüeño, cuando a la madrugada salíamos de la Imprenta en busca de un café. Hubo ocasión en que se cerró el periódico a las cuatro y media de la mañana; hora en que terminaba en el salón de una honorable familia, con la cual teníamos relaciones sociales, un suntuoso baile de Año Nuevo. Tal fue el entusiasmo de las parejas que ya despedían que, vernos y continuar el humor hasta las tres de la tarde, todo fue uno. ¡Que fiesta de tinte señorial y de pura sepa ibarreña!.

Pero esas horas de esparcimiento son muy raras en la vida del periodismo de ideales, en la cual, a cada paso, hay una cosecha de desazones, injusticias e incomprensiones, principalmente cundo se mantiene esa labor desde un sitial bien alto, sin convertir el periódico en una sentina de inmundicias morales, de odiosos personalismos e incalificables egoísmos, que les hace vivir no siquiera del escándalo dorado, sino de venal bastardo, se dan de periodistas, cuando para serlo se necesita hasta ilustración, espíritu generalizador, honradez, culto fervoroso de un ideal y pulcritud en el lenguaje, sin jamás hacer uso de palabras burdas y groseras, de las cuales hacen intemperante alarde los prevaricadores de la prensa. Nunca he blasonado de ser un periodista en el riguroso y noble sentido de la palabra; pero si puedo ufanarme el jamás haber insultado a nadie, ni aún a quienes me provocaban con sus diatribas o procacidades de baja ralea. Mirar hacia arriba y desdeñar lo canallesco: he aquí mi norma periodística. Escarbar el cieno de la maledicencia, habría sido una falta de respeto a la sociedad y un empeño de empequeñecerse ante el concepto de la misma.

– Nunca usted insulta a nadie me decía un señor respetable por sus luengas barbas. Y eso no está bien. Hay que lavar a los pícaros.

– ¿Cómo quiere usted que los lave con tazones de agua sucia, que no son otra cosa los insultos? Hay que educar, debería decir, con más propiedad. Por educación soy enemigo de la diatriba.

Y así he continuado en esta labor abnegada y solícita, a impulsos del amor a Ibarra, preocupándome de sus intereses vitales, con desinterés y sin esperar ningún reconocimiento, porque, si así lo hubiese esperado, cualquier empeño mío en bien de la ciudad, habría quedado desvirtuado; al contrario, las cosechas de esas inquietudes, desrazones o incomprensiones, no raras en la vida del periodismo de ideales, si bien abren heridas en el corazón, se cicatrizan ofreciéndolas a Dios.

Incidentes raros, extraordinarios he experimentado en ésta lucha periodística. Recuerdo uno, especialmente. En junio de 1937 fui víctima de un accidente orgánico, que hube de someterme de urgencia a una operación quirúrgica. El periódico no podía dejar de salir por un compromiso judicial de urgencia: subasta de terrenos municipales. Ante semejante situación, y cuando aún no me desaparecen los aparatos post – operatorios ni la acción del cloroformo, hube de dictar a mi hija Beatriz el artículo editorial, en medio del sopor y somnolencia de la anestesia. Por el compromiso adquirido con el Municipio, lo cumplí. Y es que hasta la vida es preciso sacrificar por el cumplimiento de un deber u obligación contraída.

Joven estudiante mi hijo Aníbal, ha escrito en el Semanario. Sus escritos autorizados con el pseudónimo “Argos” se caracterizan por la serena mentalidad y acierto con que discurre acerca de asuntos de interés nacional. En ausencia mía, mi hijo Hugo ha sido el eficaz cooperador y su intervención ha permitido la salida del periódico, con la debida puntualidad. Distinguidos escritos nacionales y extranjeros han tenido benévolos y honrosos conceptos para “El Ferrocarril del Norte”, cuya ética ha sido siempre el cooperar a la obra de regeneración social, al desenvolvimiento del progreso, mediante la terminación de una línea férrea que, uniendo la Sierra con la Costa, forme la unidad nacional. Pero ésta labor de ideales que se halla muy por encima de conveniencias personales o de círculos, del mercantilismo insaciable que encuentra pérdidas en lo que significa ganancia de la cultura; ésta labor que no tiene contacto con la pasión ruin y mezquina, me ha ocasionado un cardume de sinsabores; pero, con ánimo sereno, en silencio, me he arrancado los sangrantes guijarros del sendero periodístico, consolándome la idea de que no es patrimonio de todos los hombres ser justicieros y comprensivos, sino que, por el contrario, en el comercio de la vida humana, se encuentran tantos golpes y sorpresas, tantos egoísmos, deslealtades e ingratitudes, que impulsan a meditar en el pensamiento del sombrío y pesimista Schopenhauer, pero luego viene la reacción para olvidar y perdonar, sintiendo en el espíritu una plácida alegría y desechando la funesta frase del filósofo alemán de que “mientras más conozco a los hombres, más acaricio a mi perro”, según lo dijo en momentos de agudo desencanto, olvidando sin duda el autor de la teoría sobre la voluntad, que la mayor venganza que se puede ejercer es devolver bien por mal, mirando a todos con efusiva simpatía, aún a aquellos que, sin motivo alguno, nos hubieran ocasionado una contrariedad, que el mismo Dios permite, para que se conozca el corazón de los hombres.

El periodismo es lucha, hasta que fuerzas superiores impongan una tregua, pero siempre con decoro, decencia y dignidad se la debe aceptar, manteniendo en alto la flámula de un ideal y despreciando mezquindades.

Pero, así mismo, voces generosas de estímulo y de aliento no me han faltado. En la Exposición Interprovincial, promovida por la Junta del Ferrocarril, con motivo del arribo de la locomotora a ésta ciudad, el 17 de Julio de 1929 el respectivo Tribunal Calificador de la Sección Letras, me otorgó una medalla de oro, y el pueblo de San Lorenzo me dedicó valiosísima Tarjeta de Oro, que puso en mis manos el Presidente del Concejo, doctor Cristóbal Tobar Subía, en el Garden Party, que se realizó en el Chalet “La Victoria”, con la asistencia del Presidente de la República, doctor Isidro Ayora, de sus Ministros de Estado, de varios plenipotenciarios y de más de doscientos invitados. La medalla y la tarjeta obsequié a mi esposa, solícita compañera de mis zozobras e inquietudes, pues en esas áureas recompensas encontraba especial valor en quilates de mi tierna y amante esposa.

En los primeros meses el periódico se editaba en los talleres gráficos de propiedad del Sr. Miguel Madera, y desde 1918, hasta Mayo de 1943, se publicaba en la imprenta de la Sociedad de Artesanos, cuya Institución apreciando el espíritu y ética periodística de “El Ferrocarril del Norte”, señaló una tarifa moderada, soportando durante ese largo tiempo alzas moderadas, que las aceptaba con beneplácito, hasta que se fijó una superior a la capacidad económica del Semanario. Entonces solicité hospitalidad a la Imprenta Municipal, y el I. Concejo de 1943, con amplitud de miras y de criterio cultural, accedió a mi pedimiento, señalando una tarifa a ritmo de los ingresos, provenientes del servicio público. Cabe aquí reproducir lo que el distinguido Presidente del Concejo, Dr. Tarquino Páez, dijo en su informe acerca de las labores edilicias de 1943: “Tomando en cuenta que el Semanario “El Ferrocarril del Norte”, decano de la prensa ibarreña y celoso vocero de nuestra magna obra ferrocarrilera, corría el peligro de desaparecer por las condiciones onerosas que se le había fijado para continuar publicándose en la Imprenta, en donde por largos años se editó, el Concejo Municipal le proporcionó la suya para que no se suspendiera la publicación, haciéndole en condiciones ventajosas y prestando gustosos su cooperación para que este organismo de publicidad que corresponde a una ética periodística muy elevada, en cuyas columnas se impregna la serenidad, la crítica constructiva, el respeto que se deben a los hombres y, las instituciones, continúe en la palestra, defendiendo los interese públicos y orientando desapasionadamente la labor de los Poderes Administrativos”. El señor Gerente de la Imprenta se pronunció en su informe porque se eleve la tarifa de la publicación de ese periódico, pero tal sugerencia no pudo ser aceptada, ya que el Municipio no debe perseguir el lucro en sus servicios públicos, máxime si se tiene en cuenta que su deber es fomentar la cultura, y una de las formas de hacerlo es facilitando la publicación del periódico que, a través de muchas luchas e incomprensiones, ha subsistido por mas de un cuarto de siglo, defendiéndola ampliamente y controlando el vivir público, sin desviarse de la sagrada misión que le corresponde al periodismo, cuando en su labor prescinde de personalismo y de injurias y sus anhelos no son otros que un bien entendido patriotismo y una serena orientación de la opinión pública”.

En el informe que el Presidente del Concejo presentara acerca de labores municipales en 1947, al hablar de la Imprenta Municipal, la que trabaja a pérdida, por cuanto el rendimiento económico no cubre ni los sueldos de los empleados. Ingresos en efectivo, en verdad no tenían sino los del semanario, más o menos alrededor de tres mil sucres anuales provenientes del pago semanal que hacía “El Ferrocarril del Norte” .Un criterio que me abstengo de calificar, querían convertir a la imprenta donde se propagaba la cultura, en centro mercantilista que desentonaba el criterio sostenido antes por el Presidente del Concejo, doctor Tarquino Páez.

En el momento en que se acababa de verificar la inhumación del cadáver de un sobrino mío, recibí un oficio suscrito por el Alcalde, (periodo 1948-1949) en el que me comunicaba que, por resolución de la Cámara, en lo sucesivo, por la edición de cada número de “El Ferrocarril del Norte” de 30 ejemplares, de cuatro páginas, debía abonar ciento veinte sucres en consideración del alto costo del papel, tinta, mano de obra, etc.”

Como ordinariamente la edición era de seis páginas, el precio no era ciento veinte sucres, sino ciento ochenta sucres mensuales, aparte de las publicaciones gratuitas que se hacía de asuntos municipales, cantidad muy excesiva y superior a los ingresos ordinarios del periódico que, fiel a su nombre, respondía a un ideal y a cuyo servicio, de la manera más abnegada y desinteresada, había aportado mi modesto contingente de patriotismo por más de treinta años.

Ante la situación económica, mi respuesta al Concejo, fue en el sentido de que habiéndose fijado una tarifa prohibitiva, había resuelto suspender la publicación del semanario.

Cuando la prensa capitalina se dio cuenta de la suspensión, abogó a favor de “El Ferrocarril del Norte” en términos altamente honrosos. El circular de la Prensa, la Unión Nacional de Periodistas solicitaron en forma inmediata del Concejo la reconsideración de dicha alza de tarifa, sin que yo hubiese influido directa ni indirectamente en esta gestión; al contrario en carta dirigida al Presidente de la Unión Nacional, le pedía no hacer gestión alguna, pues me sentía herido en mi sensibilidad cívica, lleno de amarga decepción, y que, para mí, el asunto tenía un carácter definitivo y concluido.

La contestación del Concejo al pedimiento del Círculo de la Prensa y Unión Nacional de Periodistas, ahondó más esa herida en mi corazón, pero así mismo, desde lo más íntimo de mi alma perdono de corazón a quienes me han hecho sufrir tanto, sin dar otro motivo que el de servir decididamente los intereses de mi suelo natal.

La Historia juzgará esos procedimientos. Al defensor de la obra del ferrocarril a San Lorenzo se le obligó en esa forma a callar. Desde el silencio de mi hogar veo con amargura los golpes que ésta va recibiendo sin que haya una voz de oportuno reclamo y rechazo; pero pido a Dios, si esa es su voluntad, siga adelante el trabajo de ese empeño; ideal que lo he sostenido enfrentándome con energía, contra los gobiernos, cuando éstos pretendían burlar las legítimas aspiraciones populares, encarnadas en la salida del mar.

Golpes tan inesperados dados al semanario, me causó una profunda decepción e insistí en las renuncias anteriores presentadas del cargo de Presidente de la Junta Patriótica del Ferrocarril de San Lorenzo, y, en esta vez, no solo de la Presidencia, sino que, definitivamente me separé de su seno, por las contrariedades que experimentaba en mi afán de que su labor, opuesta a todo personalismo odioso, fuese inspirada únicamente en beneficio de la Obra, opté por separarme, prefiriendo dejar el campo libre para otra clase de aspiraciones.

Mi actitud como Presidente de la Junta ante el Concejo de Ferrocarriles fue siempre de fina entereza en defensa de los fondos de la Obra, reprobé, en conferencia con el Presidente de la República el procedimiento del Ministro del Tesoro, por el hecho caprichoso de haber dividido en dos la única Partida de los diez millones, reprobación que la hice estando presente el Ministro, quien presentó su renuncia. Yo no buscaba complacencias del Gobierno, y el Presidente, doctor Velasco Ibarra convino en mi pedimiento, esto es, de modificar el Decreto, en el sentido de figurar en una sola Partida los diez millones, pero en esos días fue el golpe dictatorial de Mancheno y el Decreto no llegó a firmar. En 1948, volvió ese Ministro a fijar en dos las partidas: una de seis millones y otra de cuatro; sistema ilegal; pero ya en esta época no hubo ningún reclamo público – el único eficaz – y las transferencias quedan al querer del Ministro, con grave perjuicio para los intereses económicos de la Obra. ¿Dónde esta la voz altiva y patriótica a favor de ella? Ojalá el Concejo de Ferrocarriles o la Junta residente en esa ciudad deje oír su justa voz de protesta o reclamo en contra de semejante división de partidas que no tiene razón de ser, pues como le observé al Sr. Ministro del Tesoro aquella partida de seis millones “ya pasó a la historia” ahora es de Diez millones y sobre esa deben verificarse las transferencias.

Víctor Manuel Guzmán no pudo superar el golpe de haber sido arrebatado su arma de lucha contra las permanentes desatenciones u olvidos del Gobierno Central hacía una obra de incalculable valor para Ibarra, como constituía el ferrocarril Ibarra San Lorenzo; el que se acalle a su semanario “El Ferrocarril del Norte”, que constituyó gran parte de su vida y al que se entregó con verdadera devoción, consiente de la misión que desempeñaba en la sociedad, le sumió en una profunda depresión que quebrantó gravemente su salud, y luego de una intensa vida polifacética como político honesto, educador de juventudes, constructor de ideales, ciudadano que enalteció entrañablemente a Ibarra, a quien honró con su capacidad y su extraordinario afán de trabajo, moría en la ciudad de Quito el uno de marzo de 1949, siendo trasladado de inmediato a su ciudad natal para ser sepultado en la tierra a la que tanto amó. Poco antes de expirar recordó a su familia la frase que consta en sus memorias íntimas “Peregrinos somos en el mundo y sería una locura detenernos en el camino. En la vida estamos de paso”.

Don Víctor Manuel Guzmán Mera

Patricio ibarreño, genuino patriota, luchador infatigable por la terminación de La Magna Obra, que ya rindiera el tributo de su vida ejemplar, pero que dejara cimentado y crecido ese anhelar de su alma que fue el "El Ferrocarril del Norte", como el titulara a su Semanario en cuyas columnas su pensamiento vibró en defensa de esta Grande Obra.

Don Víctor M. Guzmán, fue un hombre de alta valía ciudadana, de modestia sin par, de claro talento y de esfuerzo vivificador. Su palabra diáfana y convincente aclaró tantos problemas de índole localista. Y así, lo recordamos cuando desde la Cátedra, desde el Escaño Legislativo, desde la Presidencia del M. I. Concejo Municipal y, aún, desde uno de sus cúrales, batallaba incansable por el progreso de la ciudad, del cantón, de la provincia y, en especial, dirigía la proa de sus esfuerzos hacia las rumorosas ondas del Mar Pacífico.

LABOR EDUCATIVA. - En Febrero de 1906, fue nombrado Inspector Repetidor del Colegio Nacional "Teodoro Gómez de la Torre", cargo de enorme responsabilidad, pues tenía la obligación de reemplazar a todos los profesores que no asistían a dictar sus clases. Un año más tarde fue nombrado profesor de Literatura, cátedra que desempeñó con innegable vocación durante 26 años consecutivos.

Con esa entrega total, propia de los grandes maestros estuvo siempre junto a la juventud, a la que la estimuló constantemente. Desempeñó también las cátedras de Geografía, Historia, Instrucción Moral y Cívica. Su capacidad y constancia le mereció como justo premio, a su abnegada y delicada labor, el respeto y cariño de sus educandos y posteriormente el reconocimiento de sus compañeros, al haber sido nombrado Vicerrector del Establecimiento, cargo que le desempeñó por el lapso de nueve años.

En 1937 el Obispo de Ibarra, César Antonio Mosquera se empeñaba en la fundación de un Colegio Particular de Segunda Enseñanza y en la solicitud presentada al Ministerio del ramo para su creación, manifiesta que cuenta con los servicios de un eminente educador.

VICTOR MANUEL GUZMÁN MERA entonces aparecía nuevamente frente a la juventud estudiosa de Ibarra. Una vez fundado el Plantel "Sánchez y Cifuentes" le tocó ocupar el rectorado al Doctor Alfonso Gómez Jurado y a Don Víctor Manuel Guzmán, la difícil tarea de fundación (1938) Don Víctor, como así se lo llamaba cariñosamente, tenia modestia y sencillez; mansedumbre y humildad que para él fueron flores cultivadas con alta excelencia moral.

LABOR LEGISLATIVA.- Don Víctor al hablar de las representaciones del pueblo decía: "no comprendo cómo hay personas que desesperadamente y con avidez buscan o desean una representación ante el Congreso Nacional, sin tomar en cuenta la enorme responsabilidad que trae consigo el cumplimiento a conciencia de un mandato democrático; cuyo ejercicio impone obligaciones y no da meritos a quienes antes carecían de ellos. El Hombre vano busca lisonjas, el superior las desecha".

Concurrió al Congreso en 1923 representando a Imbabura y allá fue con virilidad y decoro. Desde su primera intervención sus colegas de Cámara, de toda tendencia política le respetaron y su voz pausada e inteligente se hacía escuchar cuando la ocasión así lo requería.

Su meta y su noble "consigna" fue la defensa del Ferrocarril a San Lorenzo; y a ello se entregó con tesón, con grave quebranto de su salud.

La prensa nacional elogiaba en sus editoriales la decidida y valiente labor del representante imbabureño. El Diario El Comercio comentaba en su "Crónica Parlamentaria" sus intervenciones otorgándole el grado de "Coronel" por su infatigable lucha. Consiguió las más grandes asignaciones económicas en favor de la provincia.

En 1924 asistió nuevamente y por primera vez participaba en la ceremonia de la Transmisión del Mando Presidencial. Alejado de vanidades mezquinas, cuando en la casa del Presidente electo se hallaban los amigos y las autoridades del nuevo gobierno, la casa del ex Presidente se encontraba vacía. Llegó hasta ella y entró en el Salón Amarillo encontrando al Dr. Tamayo completamente solo y con la mirada en el cielo. Después del saludo le dijo: ¡Ah!, las glorias humanas cómo se esfuman y cómo los cortesanos de ayer desaparecen

También debía asistir en 1925, pero la transformación juliana rompió el orden constitucional. En 1937 concurrió a la Asamblea Constituyente posterior al Gobierno de Federico Páez. Esta Asamblea fue disuelta el 22 de Octubre por el golpe de Estado del General Alberto Enríquez Gallo y le tocó en suerte PRESIDIR la última sesión, fue designado Diputado Suplente por la Educación Particular y asistió por treinta días a la Asamblea Constituyente de 1.944. Defendió ya ardorosamente entonces el VOTO OBLIGATORIO que sólo después logró plasmarse este gran derecho Cívico para los ecuatorianos.

En la Asamblea de 1946 luchó fervientemente por la libertad de prensa. Fue adverso a la creación de las instituciones burocráticas como la Vice Presidencia de la República, las representaciones Funcionales y las entidades autónomas. En 1947 de acuerdo a la Ley vigente, se realizaban las elecciones y resultó electo Senador por Imbabura. Siguió siempre defendiendo la magna obra del Ferrocarril a San Lorenzo. En esta oportunidad consiguió la creación de un impuesto de DIEZ CENTAVOS por quintal transportado por el ferrocarril, con el fin de procurar la erección de un monumento al Dr. Pedro Moncayo y Esparza. También, por esa estrecha y sincera amistad con el poeta laureado Don Pablo Aníbal Vela, consiguió una pensión vitalicia para su sostén, pues tan distinguido hombre de letras padecía de ceguera completa.

LABOR PERIODISTICA. - Jamás escribí, decía Don Víctor, atizando rencores ni falté a la más elemental y estricta verdad; siempre escribí con guante blanco, cual corresponde a la ética periodística. "Desde muy joven sintió inclinación por el periodismo y escribía en calidad de Corresponsal en: El Grito, El Telégrafo, El Tiempo, El Día y El Comercio, sus artículos fueron siempre bien recibidos y nunca se negó su publicación.

En Quito se había fijado como iniciación de los trabajos el 10 de Agosto de 1917 y creyó oportuno aportar consigo más a la causa del ferrocarril. Y en esa fecha aparece el primer número del "Ferrocarril del Norte" que fue recibido con general y unánime aplauso. Se inició el Periódico con la colaboración de J. Nicolás Hidalgo, como redactor, Tobías Mena como administrador y con la colaboración literaria de Pasquel Monge.

Dura y difícil la tarea periodística en la cual se cosecha a cada paso injusticia y sinsabores, pero muy pronto en ámbito nacional se hablaba de la aparición del FERROCARRIL DEL NORTE, de eso que al comienzo parecía una aventura periodística y muchos fueron los escritores que comentaban favorablemente y estimulando a su promotor. Desde 1918 hasta mayo de 1943 se editó en la Imprenta de la Sociedad de Artesanos y su primer año en la Imprenta de Don Miguel Madera. Una lucha sin tregua y llena de orientación y fe patriótica fue la de Víctor Manuel Guzmán con su primer Semanario en Ibarra. Cada aparición era una clarinada de verdad y un golpe duro en las puertas de los sordos, cuando algo le faltaba a la obra del Ferrocarril a San Lorenzo.

Víctor Manuel Guzmán Mera ocupó por repetidas ocasiones la Presidencia del Municipio de Ibarra, al que sirvió con sinceridad desde 1906.

El 10 de Marzo de 1949, cayó la pluma inteligente. Se calló la voz viril que defendió una causa. Se apagaba esa luminosa inteligencia. Y Don Víctor Manuel Guzmán, en medio de su humildad y sabiduría apagó su existencia. El hogar perdió un ser querido y la Patria un servidor.

Un discurso que no hay que olvidar